A vueltas con el turismo

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Desde que nació Feedback, y con la publicación, los Desayunos, he de confesar que no se ha fallado ni un solo año en abordar temas como la sanidad, la educación, pero también el turismo. Y es que, guste o no, España, y a la cabeza, Cataluña, y a la cabeza de esta, Barcelona, han demostrado con creces que el PIB puede estar agradecido a la contribución que reportan los millones de visitantes que desfilan anualmente por nuestro país, y que se dejan su dinero en hoteles, restaurantes, bares, tiendas y comercios.

Pero como en otros ámbitos, la frase “morir de éxito” planea siempre por encima de nuestras cabezas, y más cuando el turismo parece comprometer la vida cotidiana de las personas que residen aquí. Es evidente que el malestar de los vecinos de, por ejemplo, el barrio de la Barceloneta o de la Sagrada Familia, tiene su origen en que la ciudad Condal ha llegado a límites difíciles de gestionar por parte de las autoridades municipales. Se camina hacia la cifra de los 10 millones sin que haya posibilidades de pensar en un retroceso, y si bien eso, a nivel económico, es un ingreso bienvenido sobre todo en épocas de carencia en otros sectores, el alud provoca manifestaciones de reprobación.
 
Recuerdo uno de los últimos Desayunos Feedback en el que se habló de las grandes posibilidades que tiene un lugar como Cataluña, en general, y Barcelona en concreto, por su atractivo natural. Conciertos como el Primavera Sound, Congresos médicos, salones como el Mobile, oferta gastronómica potente, museos como el Dalí, el Picasso o el Miró, el Barça… todo parece diseñado como una ciudad “parque temático” y la débil línea roja que separa el orgullo del habitante al enfado por verse arrinconado de su ciudad puede traspasarse con facilidad.
 
Un amigo me cuenta la realidad de la Barceloneta, al menos, “su” realidad. Los pisos turísticos de allí son objeto del deseo de algunos hoteleros potentes, dispuestos a acabar con una competencia que no se esperaban. Quizás. La verdad es que resulta complicado no atraer a los jóvenes de todo el Mundo cuando sus mayores hablan maravillas de un lugar que les cautivó. Pero habrá que ir pensando en ser algo más estrictos con el comportamiento de los visitantes y también, con la obtención de licencias de negocio.
 
Tolerancia cero al incivismo. Divertirse sí, pero respetar el descanso de los demás, también. Y ayudar al pequeño comercio autóctono, aún más. No puede ser que cierren 700 comercios en la ciudad de Barcelona y se abran decenas y decenas de “tiendas de conveniencia” y de souvenirs en su lugar. Hemos de poner algo más caro el disfrutar de los encantos de lo que tenemos. A veces, hay que hacerlo.
 


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