Judicializados

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No hay una jornada, ahora mismo, en la que nuestro cuerpo no tenga que soportar media docena de crónicas de tribunales, casos de corrupción, imputaciones, y en que la sensación que se quede en el cuerpo sea la de esa mezcla de estupefacción y hastío. Me dice un amigo que  eso es el resultado de años de ostracismo, de silencio sobre tantas y tantas cosas que estaban ahí pero que nadie se atrevía a destapar.
 
Quizás eso tenga que ver. A un caso que afecta a un partido le suceden dos del partido rival. Es como si hubiera una batalla por el “tú, más” que ha convertido a algunos magistrados en más conocidos que una estrella de rock… Todo empezó con Garzón, y ahora, Castro, Ruiz, Andreu, Alaya o Pedraz son figuras que conocemos, que asociamos a verle en moto, cruzando la calle con ese abrigo que ya es como de la familia, o esa maleta con ruedas que uno se imagina repleta de papeles, o con algún vestido de repuesto, por si se alarga la jornada laboral…
 
Pero también es cierto que, sobre todo de un tiempo a esta tarde, los medios de comunicación, algunos de ellos, se han prestado a una estrategia que pone en cuestión la esencia misma de nuestra profesión. Lo contaba esta semana en ese parlamentaria Ernesto Ekaizer, uno de los periodistas más conocedores de los entresijos del poder central. Se ha puesto en marcha una máquina llamada “aparato del Estado” y es difícil de detener. Cuando un medio de comunicación se presta a hacer de altavoz de todo aquello que se le filtra, matamos el verdadero periodismo.
 
Bajo el argumento de “un día acertamos”, “todos los demás  días acertaremos” no se convence a nadie. O al menos, a quienes llevamos toda la vida metidos en esto de la comunicación. Y destruir a base de “indicios”, “bulos”, “me han dicho que…” o informes de según qué siniestros despachos en los sótanos de cualquier edificio anónimo para la masa, eso no vale…
 

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