La guerra de los mundos

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 La guerra de los mundos de Steven Spielberg está siendo el blockbuster de este verano, uno de aquellos productos palomiteros prefabricados por el Hollywood de siempre con la única misión de reventar taquillas. Invadió las pantallas de todo el mundo simultáneamente el pasado 29 de junio, –en un desesperado e inútil intento de evitar la piratería internáutica- y detrás de un presupuesto de 138 millones de dólares, lleva recaudados, sólo en el mercado doméstico norteamericano y hasta finales de julio, 208 millones.

 
La guerra de los mundos es una de las novelas más interesantes de Herbert George Wells, un escritor inglés que a finales del siglo XIX fue uno de los precursores de lo que se podría llamar “literatura fantástica popular”. Contemporáneo de Julio Verne, con quién guarda más de un paralelismo, y a la espera de una reivindicación crítica que aún está por llegar, otras obras suyas han alcanzado popularidad gracias al cine como El hombre invisible o La máquina del tiempo.
 
Aunque de La guerra de los mundos, se rodó una versión hace medio siglo por George Pal, es más conocida la adaptación a la CBS radio de Nueva York, que se emitió la noche del treinta del octubre de 1938. Un joven prodigio llamado Orson Welles de sólo veintitrés años asustó a media población norteamericana haciendo creer que realmente los alienígenas habían invadido el país. Y curiosamente, diez años después, en Quito (Ecuador) se repitió el experimento pero con consecuencias más dramáticas: al saber que todo había sido un engaño, unos exaltados incendiaron la emisora que emitía dicho programa con algunos de sus responsables dentro. 
 
La novela original de Wells fue escrita en pleno apogeo de la era de la industrialización, cuando había una confianza ciega en el progreso y la tecnología. Es en este contexto que se entiende su propósito: el de hacernos mucho más humildes, porque en el libro, lo que acababa destruyendo a los extraterrestres era la criatura más pequeña del planeta. La más insignificante. Pero la obra se ha convertido, involuntariamente, en un ejemplo de como la gente puede ser embaucada. Sin duda ahora ya no somos tan inocentes como antaño y difícilmente alguien podría creer en una invasión extraterrestre. 
 
Ahora (algunos) han dejado de creer en los Reyes Magos y en los cuentos de hadas y quizá nos hemos vuelto más realistas pero también mucho más cínicos y amargados. 
 
Pero eso sí. Continúan engañándonos. 
Sólo es necesario ver cualquier informativo de la televisión para darse cuenta.

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