Intelectualmente, soy tan ajeno a la química como lo es el lector de Kierkegaard a la prensa deportiva. Desde pequeño, la única reacción química que conozco a la perfección es la erupción cutánea que me asalta cada vez que alguien me cuestiona algún tema relativo a la química (y en general a la física y a la matemática y toda materia con más números que sílabas). Sí, reconozco que tengo poca idea de química, en cambio, soy consciente de su importancia en el transcurso de la historia y en el mundo moderno. Y es que, científicamente, hasta lo más romántico es pura química. El amor es química (lo provoca la excreción de oxitocinas), el teclado con el que estoy escribiendo es química (es de plástico, desconozco de qué tipo, pero lo es; por lo tanto su materia prima es el petróleo; por lo tanto es química), los hospitales están llenos de química: si no hubiese hospitales estaríamos todos muertos, o al menos, bastante pachuchos. ¡La humanidad es toda química!. Dicho así, puede sonar superficial, pero es que es la verdad. ¿No? No intenten llevarme la contraria, que eso no es química, eso es "mala leche".
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