Desconexión

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Leía recientemente un artículo de Javier Marías en el Dominical de El País en el que confesaba, con una seguridad envidiable, el orgullo que sentía por seguir escribiendo con su vieja Olympia y de no poseer una cuenta de correo e-mail. En su columna exponía las razones que le llevaban a seguir anclado en un pasado tecnológico que al resto de humanos nos parece ya muy lejano, pero que a él le sigue resultando rentable y práctico. “Teclear en un ordenador no me gusta y me resulta incómodo (soy un anormal)”, expresaba. A estas alturas sorprende que alguien no posea una cuenta e-mail, no manipule un teléfono móvil e incluso, en según qué círculos, afirme que no tiene Fotolog, Myspace o Facebook.

Reconozco que nunca llegaré al nivel de Marías, pero cada vez apuesto más por una vida más ‘desconectada’. Hace ya 3 años que no me conecto al Messenger (soy más de cañas y charleta en el bar), apago con mucha más frecuencia mi teléfono móvil e intento (esto es lo más difícil…) consultar mi cuenta de correo tan sólo 2 ó 3 veces al día y, ni por asomo, abro esos e-mails contenedores de estúpidas cadenas de Powerpoint.

Las nuevas tecnologías de la información se han estandarizado de tal manera que en lugar de hacernos la vida más fácil, se dedican a robárnosla. De ejemplos hay a patadas, incluso puede que usted, lector o lectora, personifique uno de ellos al ser uno de esos adictos a Internet que ‘van al trabajo’ en lugar de ‘a trabajar’ y hacen languidecer sus horas en la oficina contemplando las inutilidades de la red. Internet es un harén lleno de tentaciones y la herramienta perfecta para desviar nuestra atención de nuestro cometido laboral en el día a día. Al menos así lo siento yo y la Facultad de Psiquiatría de Londres que ya ha bautizado la dependencia a Internet y al correo e-mail como “infomanía”. No son los únicos, psiquiatras norteamericanos ya están reivindicando que estas dolencias se incluyan en el Manual de Desórdenes Mentales. Si lo consiguen, técnicamente estaremos todos como cabras.

Marías también expresaba su reprobación (a la que me sumo con energía) a las Blackberries, que no hacen más que aumentar el grado de vicio en la consulta compulsiva de correo electrónico allí donde se esté. Y daba datos en su artículo más que preocupantes: “El 53% de los norteamericanos lo mira en la cama, el 37% en el cuarto de baño, el 12% en la iglesia, el 43% nada más levantarse y el 40% en mitad de la noche, para lo que muchos se despiertan con el corazón palpitante y pierden horas de sueño”. En España no hay estudios, pero apuesto 10 de los grandes a que más de la mitad lo hace en el bar…
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