Todos sabemos mucho sobre el trabajo bien hecho, es lo mínimo que esperan de nosotros los clientes. Lo difícil es que se convierta en una ayuda a la sociedad, en parte del desarrollo social propio y ajeno. Cuando esto ocurre, nuestro trabajo nos llena plenamente y nos da verdadera satisfacción personal.
Durante este mes, he tenido la oportunidad de comprobarlo en dos personas:
En la Contra de La Vanguardia del pasado 7 de junio, leí cómo el trabajo del "Juez Calatayud" transforma su entorno más inmediato, su ciudad. Este juez de menores no se conforma con dar sentencias justas. Va más allá y busca lo más adecuado para que sus "clientes" no recaigan en la delincuencia. Además, sabe cuáles son las necesidades de la ciudad: dónde hace falta que se eche una mano a los indigentes, que se visiten enfermos y dónde se necesita recoger, acompañar, limpiar… Y en una cadena de "favores" mutuos, pone a los que necesitan ayuda en situación de ayudar a estos chicos que, al encontrarse con el bien que pueden realizar, redimen su mal y evitan recaer en la delincuencia. Además de justicia, reparte solidaridad, comprensión y una buena dosis de sentido común. Agradezco a Víctor Amela el darnos la oportunidad de conocer a gente interesante
La otra, es un pariente que acaba de fallecer en el continente americano. Madre de familia numerosa, compaginaba su profesión de profesora en un colegio de Barcelona con la orientación familiar. Su preocupación por la familia y el matrimonio, le llevó hasta México para que la orientación familiar se extendiera por las Américas. Allí le sorprendió la muerte y, como nos dijeron sus compañeros mexicanos, en esta aventura "vino a sembrar y se convirtió en semilla, y murió para dar fruto". En su funeral, alumnos, padres y compañeras nos hablaron de cómo se excedía en su trabajo en servicio a los demás.
Sirva este artículo como homenaje a todos aquellos que, como Esther, se exceden por amor. Generosamente, convierten su trabajo en progreso humano y, por tanto, nos ayudan a ser mejores y más felices.
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