Francisco Campos

Cofundador de Diseño Código Barras (DCB)

 DCB, una de las mayores compañías españolas dedicada a la gestión de datos en tiempo real.

 “No nos afecta la deslocalización. Nosotros vendemos servicio”

 "La gestión de datos está presente en todos los ámbitos de nuestra vida cotidiana: desde la compra en el supermercado hasta el censo de los árboles de nuestra ciudad"
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 Diseño Código Barras (DCB), nació en el año 1989 casi como un juego entre amigos, pero actualmente es un referente en la trasmisión y gestión automática de datos, con una facturación que supera los siete millones de euros. DCB tiene alrededor de 4.000 clientes repartidos por toda la geografía española y abarca sectores tan diversos como la industria, el ámbito hospitalario o la distribución informática. Sus actividades se centran en la aportación de soluciones con valor añadido, la fabricación de consumibles y la venta de “commoditis”. Con cuatro delegaciones en España (Barcelona, Madrid, Bilbao y Valencia), y un amplio catálogo de servicios y consumibles de última generación para que no quede nada por identificar, hoy hablamos con Francisco Campos, su presidente.

“Los comerciales no sólo deben vender: tienen que tener conocimientos técnicos y disponer de mucha imaginación en el momento de presentar los productos a posibles clientes”.

“Hoy en día, cualquier cosa se identifica, se sabe su procedencia, su función y su finalidad, así que podría suceder lo mismo en un futuro no muy lejano con las personas, que todas tuviéramos un chip implantado… Tecnológicamente es factible”.

“Pretendemos etiquetar un producto, cualquier producto, de modo que identifique sin margen de error su procedencia, recorrido y como se ha generado. En pocas palabras: saber de donde viene y a dónde va”

 

 

¿Qué ofrece DCB y qué sectores abarca?

 

Ofrecemos los productos y servicios necesarios para cubrir las necesidades referidas a la recaptación, identificación y transmisión de datos. Esto significa que fabricamos nuestras etiquetas y códigos de barras además de todo el software que necesitamos para llevar a cabo nuestro trabajo. Proporcionamos etiquetas o la maquinaria para producirlas, además de todo aquello que podemos denominar “commoditis”, es decir, lápices ópticos, decoders, pistolas y lectores de tarjetas, sistemas de identificación resueltos con nuevas tecnologías (tags)… 

Estamos en muchos sitios porque nuestro producto se aplica a todo. Así que podemos trabajar para laboratorios identificando muestras o gestionando stocks, pero también crear códigos de barras para entradas de partidos de fútbol.
 

Sin embargo, cuando aparecisteis, el código de barras ya estaba implantado  

 

Sí, sí, el reconocimiento del código de barras ya estaba implantado en los supermercados, cuando nacimos. Su evolución fue mucho más rápida, porque era más directo el retorno de la inversión. Cuando identificas un producto y pasa por la caja registradora, automáticamente lo das de baja, y en ese instante generas la necesidad de comprar mercancía nueva para ponerla de nuevo a la venta. Sin embargo, nosotros comenzamos en el sector de diagnósticos, en los hospitales; básicamente porque era un área que nadie la tenía copada. Lo que hacíamos era relacionar una muestra de un paciente con el resultado correspondiente. Lo que pretendíamos era claro: rapidez y  seguridad, pero para ello, se requería que todas las máquinas funcionaran con el código de barras, para estar interconectadas entre si. Fue algo difícil empezar, pero lo llevamos a buen puerto.

 

¿Cuándo decidisteis tomar vuestro “pequeño negocio” como una empresa?

 

Comenzamos medio en broma y el primer año, en 1989, facturamos siete millones de pesetas. Ni mi socio ni yo trabajábamos en esto completamente. Lo hacíamos a ratos libres y desde casa. El segundo año facturamos 26 millones, una buena cifra para no tener una dedicación exclusiva. Fue al tercer año cuando decidimos montar una sociedad y facturamos 75 millones de pesetas. Entonces, los dos dejamos nuestros trabajos para dedicarnos por completo a DCB y así hasta ahora.

 

¿El mundo del código de barras es un mundo infinito?

 

Es infinito en sus aplicaciones y en la versatilidad de su uso. Cuando hablamos de identificación de productos todo el mundo piensa: “código de barras”. Pero ahora ya no sólo nos ceñimos a eso. Tenemos muchos tags que se utilizan para un sinfín de cosas. El único inconveniente es que un código de barras en papel es más barato que un chip, que vale cincuenta veces más que una etiqueta.

 

De aquí a 30 años quizá los chips tendrán un coste muy bajo…

 

Exacto, a medida que el mercado crece los costes se abaratan y en un futuro ciertos tags costarán muy poco y se podrán utilizar en todas partes. Pero de momento el tag tiene que seguir evolucionando para que su uso y fiabilidad sea del 100% porque a menudo hay interferencias entre los tags de unos productos y otros. Son unos chips muy pequeños y transmiten por radiofrecuencia a una frecuencia de banda determinada. Es como la tecnología de los móviles, si no utilizas la misma banda no hay forma de comunicarse. En este sentido, hay muchos intereses económicos detrás de los tags, muchas empresas quieren sacarle partido económico, y por ello se está intentando crear una homogeneidad de criterio en Europa.

 

En nuestra vida cotidiana, ya es frecuente encontrarnos con tags

 

Sí, por supuesto. Si vas por Barcelona y te fijas en las papeleras, verás que hay encima de ellas una especie de botón de color negro. Pues bien, eso es un tag y lo que hace es contabilizar la cantidad de basura que está generando ese distrito. Pero hay muchos otros ejemplos. Por ejemplo, en los árboles de una gran ciudad. ¿como podemos tener un control sobre ellos? No puedes hacer que este chip vaya en un soporte de papel, hay que encapsularlo para que no se estropee. En París, por ejemplo, han insertado dentro de la corteza de los árboles un chip para poder leer cuantas acciones de mantenimiento se hacen en los parques y jardines de la ciudad. 

 

¿Qué nuevas vías se le exigen a los sistemas de identificación?

 

Lo que se quiere conseguir es etiquetar un producto de modo que identifique sin margen de error su procedencia, recorrido y cómo se ha generado. En pocas palabras: saber de dónde viene. Crear un código que exprese la procedencia y etapas que ha pasado un producto, cualquier producto, hasta llegar a manos del consumidor.

En temas de alimentación, participamos hace unos cuatro años con el Ministerio de Sanidad en una primera fase de un proyecto identificar las capturas de pesca. Montamos en las lonjas una serie de impresoras que implantaban una serie de códigos de barras específicos en los pescados.  
 

Nos encontramos en un mundo casi de ciencia ficción gracias a los avances tecnológicos. Y no se si se habrá producido pero ¿se está planteando un etiquetaje humano?

 

Igual que tenemos a todos los animales del zoo identificados, puede suceder con las personas… Tecnológicamente es factible. Actualmente los chips que existen son muy pequeños y tienen la capacidad de almacenar muchísima información. Quizá en un futuro nos vemos como en la novela de Aldous Huxley Un mundo feliz, inducidos completamente por chips que nos dicen cómo actuar en cada momento.

 

¿Os asusta la palabra deslocalización?

 

No, porque nosotros vendemos servicio, y el servicio no se fabrica, tienes que proporcionarlo a cada cliente in situ. Nuestra función es ofrecer soluciones de etiquetaje e identificación y para ello aplicamos nuestras tecnologías.  

 

¿Cuanta gente forma la plantilla de DCB y qué perfil demuestran?

 

Somos 77 personas entre informáticos, programadores, analistas, ingenieros… Todos ellos con unas funciones y características específicas. Y un aspecto de trabajo vital en la empresa, aunque no lo parezca, son los comerciales: tienen que ser muy técnicos y tener mucha imaginación a la hora de presentar nuestros productos a posibles clientes.

 

 Francisco Campos es Ingeniero de Telecomunicaciones y cuando dio a luz el proyecto de Diseño Código Barras (DCB) en 1989, estaba trabajando en un laboratorio, en el sector de diagnósticos. Se le ocurrió la idea de poner etiquetas en los tubos de ensayo y a partir de ese momento comenzó a imaginar todo un proyecto, que ha desembocado en DCB, una de las mayores compañías dedicada a la gestión de datos en tiempo real. Junto con un socio decidió transformar su pequeño negocio en toda una empresa y dejó su trabajo para embarcarse en lo que hoy es una compañía con 4000 clientes y un total de 18.000 sistemas instalados.

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