Europa busca identidad

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Las recientes elecciones en el Parlamento Europeo han puesto, una vez más de manifiesto, que los 400 millones de ciudadanos de países pertenecientes a la Unión tienen visiones bastantes dispares sobre el qué debe ser y el cómo llegar a ello en la configuración de lo que en su día se pensó que debía ser y representar Europa.
 
En pleno 2014, la fórmula de una Europa unida parece caducar. En el Reino Unido, por ejemplo, el triunfo de una formación, UKIP, euroescéptica, que es un eufemismo para definir un partido claramente antieuropeo, ha hecho que se disparen las alarmas entre conservadores, liberales y laboristas. En Francia, por su parte, la clara victoria del Frente Nacional de Marine Le Pen, confirma los peores presagios de un giro decidido hacia el escepticismo creciente de una parte del continente ante las políticas de Shengen, la circulación de personas y las políticas de inmigración.
 
Que en Alemania, el statu quo se mantenga más o menos podría ser comprensible ya que Merkel sigue comandando a los Hombres de Negro, esa Troika de la que todo el mundo echa pestes pero que sigue sus planes de austeridad a pesar de las víctimas que deja en el camino. Pero sólo un detalle, la entrada de un eurodiputado del Partido Nazi ya habla por sí mismo de cómo van las cosas en el motor continental.
 
En Italia, Beppe Grillo, el populismo, avanza hasta rozar a un Renzi que aguanta el envite. Como en España Rajoy aguanta, entre otras cosas, por el hundimiento socialista, aunque el avance de los pequeños partidos, de formaciones como Podemos, creadas apenas hace medio año, cuestiona muchas cosas, entre ellas, que el bipartidismo vaya a consolidarse.
 
Y para acabar de demostrar que la cosa no va, los niveles de participación en países recién llegados a la Unión demuestra la paradoja de  que, cuanto más reciben los más pobres, menos agradecidos están a los dadores.
 
Las Europeas han lanzado varios mensajes para quien quiera oírlos. El más potente, probablemente, es que cada vez va a haber más representantes en el Parlamento Europeo que no creen en el proyecto, con lo que ello conlleva. Una especie de Caballo de Troya en Bruselas y Estrasburgo. Otro, que ya vale de austeridad radical, que bancos y entidades financieras ya han visto suficientemente compensadas sus cuentas.
 
Si había un concepto que definía a Europa , y por el cual se luchaba por estar dentro y no fuera, ese parecía ser el del “bienestar”. Ese término se desmorona con la crisis y mientras tanto, las estructuras de mando europeas no han sabido encontrar fórmulas que la sociedad reclama. Y tampoco se ha conseguido imponer estructuras comunes en justicia, educación, cultura, ya que las peculiaridades de cada país miembro son muy complejas de unificar.
 
Por ello, Europa debe reinventarse. Para que, de verdad, las ventajas superen a los inconvenientes, y para que pertenecer al club siga siendo algo básico y primordial para sus miembros.
 

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