Peret, sabio donde los haya, nos lo canta en su último disco: “el que no venda nada…, que levante el dedo…”. Y es que en nuestra civilización “vender” es la gran palabra mágica. Vivimos en entornos de compra-venta. Donde se pueden ofrecer tantos servicios y productos como nichos de mercado se quieran abarcar. Y tantas estrategias de marketing como personas en el mundo. Vale todo, la cuestión es que, al final, el ciudadano se encapriche, se enamore y caiga rendido a la tentación de la compra.
Aunque, según los últimos resultados de absentismo laboral mostrados por ADECCO, parece que esto de “enamorar” sólo se tiene claro cuando el individuo ejerce de consumidor, y se obvia cuando actúa como empleado de empresa. ¡Error! pues hoy en día, son las personas, y no las organizaciones, las que escogen dónde trabajar y hasta cuándo lo quieren hacer. Por ello, el principal problema de las empresas, ya no es sólo “vender y persuadir” al cliente, sino también que el empleado se enamore de la organización y “la compre”.
Pero aún sabiendo que el mejor pre-escriptor de una Compañía es la persona que trabaja en ella, resulta que las cuestiones emocionales suelen quedar sólo suscritas a técnicas de marketing dirigidas a consumidores. Es más fácil encontrar inversiones millonarias en contratos publicitarios para enamorar a clientes, que detectar un solo minuto del tiempo de un directivo destinado a regalar satisfacción (sin reclamar nada a cambio) a alguien de su equipo.
La persona, además de cerebral, es imprevisible, caprichosa y puro sentimiento. Es orden y caos a la vez. Lo que significa que su conducta, es como un gran jeroglífico a descifrar por parte de las organizaciones. Algo hiper-complicado. Total: los sentimientos de los empleados no forman parte del orden del día de ningún Comité de Dirección. Demasiada ciencia ficción.
Según José Antonio Marina, los sentimientos son un modo de orientarnos para saber cómo nos van las cosas. Es decir, que leer la emoción, equivale a leer la realidad. Siguiendo su enfoque, y observando las cinco emociones universales (tristeza, alegría, furia, miedo y asco) en las personas que trabajan en una organización, se podría detectar la salud empresarial de nuestro país. Con una lectura muy superficial, se puede deducir que las cosas no marchan muy bien.
Y como muestra un botón: la emoción universal más difícil de encontrar en la realidad empresarial es la alegría. La gente no va contenta a trabajar. Y cuando se le pregunta si es feliz o siente amor, contestan que eso no forma parte del trabajo. Entonces la cuestión es: si uno no ama lo que hace en el trabajo y se sacan los afectos fuera de la empresa, ¿ qué se puede ofrecer que no haga una máquina?
Los expertos dicen que una organización inteligente es aquella que consigue que un grupo de personas, tal vez no extraordinarias, pueda hacer cosas extraordinarias, por el simple modo que se relacionan entre sí. Ridderstrale y Nordstrom añadirían: los directivos necesitan recordar que la mayor parte de las personas no dejan a las empresas, sino a sus jefes. Así pues, si las personas aman o abominan a otro individuos, no a las empresas, entonces ¿será cuestión de enamorarse, para que el mundo de la empresa vaya mejor?
NULL