Alejandro Martí

CEO de Mitiga Solutions

Eventos cruciales

©FeedbackToday/Nacho Roca

«Temperaturas extremas, ciclones, fuegos, inundaciones… Van a ser más frecuentes e intensas»

Mitiga Solutions cruza el puente entre la investigación básica y la aplicación comercial en la gestión de riesgos naturales
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Alejandro Martí fundó una organización dedicada a convertir en aplicaciones comerciales lo que la ciencia climatológica y la estadística dicen sobre las catástrofes ambientales. Y, lamentablemente, cada vez serán eventos más frecuentes.

Antes de emprender, usted no trabajó para grandes multinacionales, pero si para universidades como Cambridge o instituciones tan importantes como el Gobierno de Estados Unidos…

Creo que hay dos fases en mi vida profesional. Una es la americana. Me marché a Estados Unidos al terminar mis estudios de ingeniería ambiental para participar en un internship en la Agencia de Protección Ambiental de aquel país. Era un programa de un año, pero me fueron ofreciendo contratos y estuve allí más de diez. Allí los límites no existen: tienes los recursos y el apoyo del Gobierno, de manera que hay posibilidades ciertas de lograr hacer lo que te propongas. 

En la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos los límites no existen: tienes los recursos y el apoyo del Gobierno, de manera que hay posibilidades ciertas de lograr hacer lo que te propongas.

¿Era un modelo parecido al del Silicon Valley? 

Nosotros trabajábamos en la zona de New York y New Jersey, no en la Costa Oeste. Además, en aquel momento ni se hablaba de innovación, ni de disrupción, ni de startups. Allí se hablaba de aplicaciones geoespaciales, que es a lo que esta división del gobierno se dedicaba. El interés fue creciente, porque convertíamos los mapas tradicionales, dibujados por humanos, en mapas completamente digitalizados. Y de las bases de datos hechas con Excel o Access pasábamos a datos integrados en la geoespacialidad. Se abrió un campo infinito de decisiones que se podían tomar más rápida y eficientemente: desde dónde montar una panadería para que funcionara, hasta dónde había que redoblar la vigilancia en un bosque para prevenir incendios forestales.

Cuéntenos su segunda etapa profesional.

Fue a mi vuelta a Europa. Conseguí una primera beca Marie Curie que me permitió completar mis estudios en Ciencias Climáticas en la Universidad de Cambridge. Era el momento de cresta de estas disciplinas y pude estudiar un doctorado y rodearme de grandes profesores y de otras personas beneficiarias de esas becas. Se me despertó el gusanillo de querer dar un paso más. No solo se trataba de investigar una cosa innovadora y publicar una tesis; también había un deseo de hacer realidad mi cosa innovadora, porque lo que estaba investigando carecía de aplicación comercial. Creo que allí me nació el espíritu emprendedor.

Más adelante volvió a Barcelona y recaló en el Super Computing Center unos años más. De hecho, creó su empresa como una spin-off del Centro.

Así es. Sigo teniendo una pequeña vinculación con ellos. Desarrollamos ciencia básica en cuestiones a las que todavía les falta un poco para llegar a un desarrollo comercial. Tenemos un pequeño grupo de Natural Hazards y Social Hazards donde seguimos haciendo proyectos europeos. Cuando alguno de ellos adquiere ya madurez suficiente para ser comercializado, nos servimos del vehículo que tiene el Centro para la transferencia de conocimiento. 

Pero el 95% de mi tiempo lo dedico a hacer avanzar la empresa. Y, en vez de hacer una estrategia de technology push, es decir, de desarrollar una tecnología y venderla al mercado; hago lo contrario: investigo en el mercado, veo lo que se necesita e intento desarrollarlo.

¿Como un sastre tecnológico a medida?

Empecé siéndolo. Y ahora hemos estandarizado diferentes riesgos. Al principio nos enfocamos en riesgos geofísicos y en la vulcanología, especialmente para el sector de la aviación. Pero llegó el COVID y vivimos el shock, porque la aeronáutica dejó de trabajar con nosotros. Afortunadamente, nos habíamos comenzado a especializar en el sector de los seguros y ahora es nuestro principal cliente.  

De hecho, tenemos tres sectores prioritarios: el asegurador y reasegurador, el humanitario y el risk management en el que damos modelos para tomar decisiones a cualquier actor que gestione riesgos.

Al principio nos enfocamos en riesgos geofísicos y en la vulcanología, especialmente para el sector de la aviación.

Cualquier empresa que tenga necesidad de cubrir un riesgo puede hablar con ustedes…

Correcto. El sector asegurador y reasegurador es muy tradicional y está perfectamente definido, de manera que es difícil desplazar a sus proveedores. La ventaja que tenemos es que trabajan con modelos probabilísticos. Hace 10 años, la probabilidad de que algo pasara era “X”. Pero con el cambio climático, ahora es “Y”. Las variables han cambiado, las condiciones han cambiado y también el tipo de tecnología. Aquí es donde nosotros tenemos cierta ventaja competitiva, porque contemplamos todas estas alternativas. 

Hace 10 años, la probabilidad de que algo pasara era “X”. Pero con el cambio climático, ahora es “Y”.

Como experto en climatología, ¿qué peso tienen los riesgos ambientales en la vida de las sociedades?

Primero debemos diferenciar entre tipos de catástrofes naturales, porque no todas son iguales…

Pienso en lo que sucedió el año pasado en la Isla de la Palma. Nadie se lo esperaba…

La erupción del volcán en La Palma no fue esperada, ni prevista, pero “tocaba”. En la escala temporal que manejamos en vulcanología, que no es la misma que la que utilizan las demás actividades humanas, era algo que podía pasar perfectamente. Y lo mismo puede pasar con otros volcanes en España. Dentro de las magnitudes que suelen tener las erupciones volcánicas, aunque a los telespectadores nos pareciera muy grande, lo de la Palma fue algo pequeño en comparación con cosas que pasan en Indonesia, por ejemplo.

Quizás los volcanes no sean el mejor ejemplo para hablar de recurrencia e impacto, porque es algo poco frecuente con pérdidas enormes. Pero hay otras catástrofes que tienen que ver con temperaturas y climatología extrema, ciclones, fuegos, inundaciones, etc. que cada vez van a ser más frecuentes y más intensas. Es ahí hacia donde nos estamos enfocando. A nivel global, nos vamos a tener que acostumbrar a encontrarlas en el día a día. 

La erupción del volcán en La Palma no fue esperada, ni prevista, pero “tocaba”.

En 2015 se creó la Agenda 2030. Siete años después nos preguntamos si llegaremos a cumplirla. ¿Se ha hecho lo suficiente en estos siete años?

Esto viene de más atrás en el tiempo. Cuando empecé mi doctorado en Cambio Climático, en 2010, el IPCC presentó un informe con la lista de los principales riesgos climáticos a los que nos íbamos a exponer. Hemos tardado una década en creernos que son efectos antropogénicos.

Hemos tardado una década en creernos que estos fenómenos son antropogénicos, causados por el hombre.

Causados por el ser humano.

A la pregunta de si hemos hecho suficiente o no, pues la respuesta es la misma de siempre: a nivel científico se ha hecho mucho. ¿Pero cuánta de esta investigación ha pasado a la industria y al mercado? Pues poca. Primero, porque la industria no estaba dispuesta a pagar por ello y, segundo, porque la ciencia no estaba preparada para saltar a la industria. De ahí que a mí, personalmente, me interese crear y cruzar este puente entre los dos mundos.

A nivel científico vamos mucho más avanzados de lo que creemos, pero gran cantidad de los proyectos que apoya la Unión Europea, en cuanto termina la financiación, quedan escondidos en un cajón. Nos ha faltado traducir toda esta ciencia al lenguaje de la industria.

A nivel científico se ha avanzado mucho. ¿Pero cuánta de esta investigación ha pasado a la industria y al mercado? Pues poca.

¿Cuántas personas trabajan en Mitiga?

Es una empresa peculiar. Trabajamos 22 personas y crecemos bastante rápido. Hemos tomado la decisión de ser una empresa global y, por tanto, no todos estamos en Barcelona. Los hay hasta en Nepal. La razón de esto es doble: primero porque buscamos unos perfiles muy específicos y segundo porque el 40% de la empresa tiene doctorado y son gente muy técnica, apasionada por lo que hacen y que han decidido pasar del mundo de la investigación a la industria. No les podemos pedir que vengan a Barcelona, si viven en otro lugar.

También tienen una actividad muy destacable en el sector humanitario. 

Nos hemos dado cuenta de que es algo que podíamos y queríamos hacer. Nuestra intención es ayudar a la Cruz Roja, las Naciones Unidas, el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y este tipo de organizaciones en lo que ellos denominan los catastrophe bonds. Cuando una aseguradora ya no puede cubrir una catástrofe porque es masiva, alguien la tiene que cubrir. Son estas organizaciones quienes lo hacen, porque disponen de una gran cantidad de recursos gracias a mecanismos por los que la iniciativa privada pone el capital y recibe unos intereses por prestarlo.  

¿Nos puede contar algún ejemplo de la actividad actual de Mitiga?

Le pondré tres. Uno es con Eurocontrol y con Indra, en el que estamos diseñando los nuevos sistemas de gestión de crisis del Espacio Europeo. Esto resultó de un tender muy importante, de 120 millones de euros, liderado por Indra, en el que hemos sido escogidos como partner para buscar el equipo y la tecnología de la gestión de crisis en los próximos siete años. Esto incluye desde una erupción volcánica hasta una tormenta de arena, turbulencias, o lo que sea. 

Otro proyecto es con el sector asegurador. Especialmente en incendios forestales. Hemos comenzado a colaborar con un gran consorcio europeo para las soluciones de riesgo alternativo de España, Francia, Grecia e Italia y así crear el primer sistema de modelación y cobertura del riesgo en Europa ante incendios.

Estupendo. ¿Y el tercero?

El proyecto con las Naciones Unidas, ayudando a evaluar los distintos riesgos que tienen numerosos países. Desde sequía, inundaciones, erupciones, etcétera, nosotros lo tomamos en cuenta para diseñar sistemas multirriesgo con los que hacer frente a estas eventualidades. 

Son tres proyectos con tres clientes distintos, que utilizan la misma base tecnológica y científica. Por lo menos en un 80%. Es muy bonito tener estas aplicaciones.

Al final, ¿de qué sabe más usted: clima o big data?

Me considero ingeniero medioambiental, y eso ha marcado la forma en la que intento solucionar los problemas. Pero es cierto que mi vida ha pasado de un ámbito más teórico a otro mucho más aplicado. Para mí la inteligencia artificial es una herramienta que ayuda a que la ciencia se convierta en una realidad práctica.

Ha dedicado los últimos 20 años a cruzar el puente entre la ciencia y la industria, llevando conocimientos de un campo al otro para crear aplicaciones que ayuden a las personas. Al acabar sus estudios en Ingeniería Ambiental, a primeros de los 2000, se marchó a Estados Unidos, donde participó en un internship de un año en la agencia de protección ambiental de ese país. Las cosas le fueron bien y le fueron ofreciendo contrato tras contrato, hasta pasarse 10 años en América, adquiriendo conocimiento y experiencia en tecnologías de sistemas de información geográfica y remote sensing. Alejandro conoció el momento en el que, por primera vez, geografía, datos y tecnología se ponían bajo el mando de la inteligencia artificial para tomar decisiones de protección ambiental. Se formó más y volvió a Europa, donde consiguió una beca Marie Curie que le permitió completar sus estudios de Ciencias Climáticas en Cambridge. Finalmente, volvió a Barcelona, también becado, en el Centro Nacional de Supercomputación, donde estudió las catástrofes naturales desde los modelos geofísicos. Se doctoró a mediados de la década de 2010 y en 2017-2018 desarrolló un spin-off de transferencia del conocimiento de la Supercomputación al mundo de la industria. 

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