Creo que la ola de pasión que ha recorrido España estos últimos días supera todo lo que haya visto en mi vida. Más allá del fútbol, creo que ahora mismo, la selección, su tercer título en 4 años, ha despertado un tsunami de pasión patriótica que no tiene precedentes. Se han superado todos los récords, entre ellos, el de número de personas que estuvieron ante el televisor. Según los datos de Kantar Media, que es la empresa que tiene la exclusiva de la medición de audiencias de televisión, 83’4 personas de cada cien que miraban la tele, veían la final, un porcentaje que nunca se había alcanzado en una emisión anteriormente. Es curioso, porque eso significa que fueron más de 15 millones los espectadores, cifra exorbitante. Pero fueron más los que lo vieron. Hay que tener en cuenta que las decenas de pantallas gigantes instaladas a lo largo de la geografía debieron reunir a miles de entusiasmados hinchas.
Aunque donde no hubo pantallas, y eso ha provocado duras disputas, fue en Barcelona. Su alcalde, Xavier Trias, se ha defendido alegando que nadie las solicitó, y la gerente del Ayuntamiento de Badalona llegó a decir en un tweet que “ojalá le arda la sangre…”, algo de lo que tuvo que disculparse poco después ante el aluvión de críticas. Hablar de arder en estos momentos en que Valencia, Murcia y Albacete son pasto de las llamas, es más que desafortunado.
Y poco afortunado es el enfoque que medios de la capital le han dado a esta nueva victoria por lo que hace referencia a Catalunya y a las relaciones que se mantienen con el resto de España. Ya hay quien considera que “La Roja” es el mejor antídoto para el creciente distanciamiento de los catalanes respecto al resto del Estado. Las encuestas ya sitúan a los partidarios de la independencia por encima del 51 por ciento y en Madrid consideran que la selección es uno de los argumentos para frenar esas ansias. Y recuerdan que eso sería el final de las celebraciones para los catalanes. Aunque la selección vaya repleta de ellos en el once titular.
