Miquel Tapias

Propietario de Espinaler

El empresario, en su salsa

“Me sorprendió saber que estamos presentes en 27 países”


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Nos recibe en la sede de su empresa, en Vilassar de Mar. Es una sala muy agradable, con una muestra a la vista de todos los productos de la casa. Nos señala el piso de arriba, indicándonos que es allí donde se estuchan las conservas pesqueras que llegan desde Galicia y el País Vasco, y donde también se produce la salsa que tanta fama ha dado a su marca. “Estamos saturadísimos” con tanto trabajo, nos confiesa.

«Durante algún tiempo el vermut parecía un producto decadente, que se iba a extinguir en favor de las cervezas. Pero felizmente ha tenido un crecimiento brutal»
 
«En los cincuenta mi padre me decía: “nunca engañes a los demás, porque te estarás engañando a ti mismo”. Tener esa mentalidad de calidad en aquella época era una pasada…»
 
«Mi padre tenía una taberna heredada de su madre. Fue de los primeros en instalar una cámara frigorífica y comenzó a servir vermuts y sifón bien frío, en unas copas muy bonitas»
 
«En nuestro caso tenemos a un proveedor de calidad extraordinaria y pretendemos que guarde su fórmula para nosotros exclusivamente. Es un secreto bien guardado»
 
«En los años 60, tomar el vermut en casa Espinaler ya era toda una referencia»
 
«Mi primera inquietud fue embotellar la salsa que tanto gustaba a los clientes que venían a tomarse el aperitivo»
 
«Hace 12 años cree una segunda marca, “Pepus”, que está logrando el éxito en países en los que el precio se valora más que la calidad»
Perdone, pero se lo tengo que preguntar: ¿al igual que la Cocacola, la salsa o el vermut Espinaler tienen una receta secreta e inconfesable?
La base de nuestro vermut es un buen vino blanco y una buena maceración de hierbas. Cada maestrillo tiene su librillo y hay quien lo hace con treinta hierbas y quien lo hace con ochenta. En nuestro caso tenemos a un proveedor de calidad extraordinaria y pretendemos que guarde su fórmula para nosotros exclusivamente. Es un secreto bien guardado.
 
De la salsa, veo, no me dice nada. Así que ni le voy a preguntar. Déjeme que le siga preguntando sobre el vermut: ¿siempre sale igual? ¿El vermut Espinaler actual es el mismo que hace quince años?
Sí. Es una suerte. Con anterioridad a eso, en 1980, tuve un problema con un proveedor con el que trabajaban mis padres. Era una empresa catalana, Aquila Rossa, que desapareció y eso nos dejó ante el reto de escoger un nuevo proveedor. Viví aquello con mucha angustia. No estaba acostumbrado a afrontar esas dificultades y aquel proveedor no había presentado nunca ningún problema desde 1950. Con el nuevo proveedor, al principio, teníamos problemas un día sí y otro también. Eso me sacó de quicio, ya le digo.
 
Su empresa fue fundada hace muchos años y ha ido adaptándose a cada época. Su bisabuelo abrió una taberna, que luego se convirtió en un estanco, que también regentó su abuela…
La nuestra era una taberna humilde. Hasta que allá por 1950 mi padre, Juan Tapias, vio que sólo sirviendo vino y tabaco no íbamos a ningún lado. Así que fue de los primeros, si no el primero, en instalar una cámara frigorífica. Y comenzó a servir vermuts y sifón bien frío, en unas copas muy bonitas. Y lo acompañó de olivas y patatas y de una serie de conservas que comenzó a comprar en una tienda de Mataró llamada “Les Olivetes”, ya extinta. Su propietario, el Sr. González, ayudó mucho a mi padre.
 
¿Qué hizo? 
Viendo el éxito de la taberna, se decidió llevar a mi padre a las reuniones semanales que mantenían los representantes de las empresas conserveras. Todos los martes se encontraban en la Bolsa de Barcelona. Allí mi padre comenzó a negociar directamente la compra del marisco. En los años sesenta, tomar el vermut en casa Espinaler ya era toda una referencia. Con nueve o diez añitos yo me llevaba a la escuela un montón de esas latas de conservas y me gané muchos amigos…
 
Y seguramente se familiarizaría usted con el negocio…
Sí claro. Hasta el punto de que a los diecisiete años, terminado el PREU (Pre-universitario), me decidí a ser tabernero con letras mayúsculas. Mi primera inquietud me llevó a embotellar aquella salsa que hacían mi padre y mi madre y que tanto gustaba a los clientes que venían a tomarse el aperitivo. Al embotellarla, los clientes también podían llevársela a casa y ejercer el boca-oreja. 
 
Así que el primer producto industrial “Espinaler” fue la salsa…
La salsa fue lo primero que hicimos industrialmente cumpliendo con todas las condiciones y exigencias. Tras el éxito con los clientes de la taberna, llegaron los auto-ventas (pequeños distribuidores o marchantes, que vendían patatas fritas o madalenas u otros productos) y comenzaron a pedírnosla también para poder venderla a terceros. Viendo el éxito me decidí igualmente a pedirle a mi proveedor de vinos que nos embotellara el vermut, que era muy bueno, etiquetándolo también con la marca Espinaler. Y luego vinieron las aceitunas y finalmente las conservas.
 
Siempre, eso sí, dentro de una línea de producto de primerísima calidad…
Mi padre me lo inculcó de pequeño: “nunca engañes a los demás, porque te estarás engañando a ti mismo”. Me lo dijo en los años cincuenta. Unos tiempos muy duros para mucha gente. Considero que tener esa mentalidad de calidad en aquella época era una pasada… Fíjese que una vez, cuando estudiaba el bachillerato y tenía la cabeza llena de lecciones de matemáticas, le dije a mi padre que debía cambiar a uno de sus proveedores porque otro le hacía una oferta que le saldría más a cuenta. Mi padre consideró que mi propuesta era inaceptable porque el proveedor que le sugerí tenía una calidad inferior. Y no cedió. Con dieciocho años yo no tenía claro el concepto de la calidad que él ya tenía con cuarenta y pico.
 
Deben tener ustedes un buen control de calidad.
Sin duda. Yo personalmente y mi hijo, Miquel, seleccionamos todos los días latas que nos llegan desde las fábricas de Galicia. Y recientemente hemos comenzado a personarnos en las lonjas, comprar producto fresco en subastas (especialmente en los meses de octubre y noviembre, que es cuando el marisco es más sabroso), depurarlo en sitios de confianza y acompañar personalmente a las empresas conserveras, requiriéndoles que nos lo envasen de una forma específica. Es una nueva faceta que nos entusiasma.
 
Pareció que tomar el vermut era una moda que había quedado adormilada. Pero ha vuelto con tanta fuerza que uno no sabe si ha sido fruto del trabajo de marketing de gente como ustedes o de la casualidad…
Ha sido un bombazo. Durante algún tiempo el vermut parecía un producto decadente, que se iba a extinguir en favor de las cervezas. Pero felizmente ha tenido un crecimiento brutal. Desde que yo entré a trabajar con mi padre en el año 1970, Espinaler ha ido creciendo a una media de un empleado por año. Y en los últimos cinco hemos crecido en unos seis o siete empleados por año, dado que hemos empezado a crecer por España y por el mundo. 
 
En el caso del vermut, se podía aplicar aquello de que “el nombre hace la cosa”. Marcas como Martini lograron que la gente dejara de tomar vermuts para “tomar unos Martinis”. Ustedes van por el mismo camino.
La verdad es que hoy en día, cuando se habla de Espinaler, la gente lo relaciona con la salsa, pero también con el vermut y las conservas que le acompañan. Creemos que la elevada calidad de nuestra propuesta está soportando eso y generando confianza en el cliente.
 
¿Se ven compitiendo contra las grandes multinacionales? Muchos se van a buscar proveedores en América, pero ustedes siguen en País Vasco y Galicia…
Es cierto. Pero también es cierto que estamos buscando nuevos frentes. Hace unos 12 años cree una segunda marca, llamada “Pepus”, con un packaging extraordinario, que está también logrando el éxito en países en los que un precio conveniente se valora más que la calidad. Eso nos obliga a buscar nuevas líneas de suministro. Esta semana tengo previsto un desplazamiento al extranjero, precisamente.
 
¿Es difícil hablar de internacionalización en su sector? ¿Lo han intentado?
Tenemos un departamento de exportación que es reciente: lleva un año y medio trabajando. A principios de 2016 celebramos una reunión con ellos. Mi sorpresa fue ver que ya estamos posicionados en veintisiete países. En algunos casos, como en China o EEUU, tenemos a distribuidores locales y en otros, como en el caso de Tokio o Sidney, tenemos a comercios puntuales que distribuyen nuestros productos. Incluso hemos organizado alguna misión comercial propia para ir al extranjero. Lo que está claro es que haremos más. 
Es curioso que en su pueblo, Vilassar, se encuentren las sedes de diversas compañías, bien conocidas, que se dedican a lo mismo…
Sí. Aquí hay tres empresas punteras, y nos encontramos a un palmo de distancia cada uno del otro. Algunos hablan del “Triángulo de la almeja” (se ríe).
 
¿Espinaler sigue siendo una empresa 100% familiar? 
Hoy por hoy es una empresa exclusivamente familiar. Desde hace 10 años tenemos trabajando con nosotros a la quinta generación y, como quien dice, ya empiezan a asomar la cabecita unos pequeños “pitufos” que forman parte de la sexta. 
 
¿Y sus hijos tienen ganas de seguir?
Mis dos hijos están claramente implicados en el negocio. Y el hecho de nuestro gran crecimiento reciente, a pesar de la crisis, ha hecho que ellos quieran incluso abrir nuevos frentes e iniciar nuevos proyectos. La verdad es que desde el consejo de dirección hemos tenido que poner un poco el freno en algunas cosas, no vaya a ser que nos muramos de éxito.
 
Pues eso, que no se mueran nunca.

 

 

 

Miquel Tapias cuenta que entró en el negocio familiar poco a poco. Con cinco o seis años ya ayudaba a su padre, Joan Tapias, a “vender cajas de puros vacías” tras un mostrador. Todavía recuerda los importes: tres pesetas para las más simples y cinco para las de Partagas. También guarda recuerdos de su época de estudiante, en un internado de Mataró: “me llevaba latas de conservas en el petate y medio colegio se hacía amigo del Tapias”, añora.  La que él regenta es una empresa familiar de abolengo, cuyos inicios se remontan a 1896. Su bisabuelo Miquel Riera Prat, se instaló en Vilassar y montó una taberna que con el tiempo recibiría la licencia para vender tabaco. La abuela Francisca, que fue viuda y madre de cuatro hijos, la heredó y siguió despachando vinos y tabaco en plena posguerra. En el año 1946 su padre empieza a servir aperitivos y poco después crea la archifamosa salsa Espinaler. Desde los años 70 Miquel comienza el proceso industrial que lleva a su compañía a ser el líder absoluto de su segmento.

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