Hay debates que nunca acabarán. Uno de ellos es donde se sitúa el límite de la libertad de expresión y qué factores hay que tener en cuenta cuando esa libertad choca contra la libertad de otros.
Esta semana hemos vivido un par de episodios que nos lo han vuelto a poner de manifiesto. Ha sido a raíz del cambio de criterio de los jueces respecto al acoso que recibieron los miembros del Parlamento catalán por parte de decenas de personas que se manifestaban contra la clase política. La Audiencia Nacional había decidido la absolución de los 16 principales encausados, aquellos que no se limitaron a mostrar pancartas o lanzar gritos a los representantes del pueblo, sino que, ya puestos, les intimidaron, les empujaron, o los marcaron con una cruz en la espalda con spray.
El Tribunal Supremo ha dado un giro total, y tras el recurso presentado por algunos partidos, ha decidido condenar a 8 personas a…3 años de prisión. Y claro, ese cambio tan radical ha encendido la polémica entre quienes consideran que la libertad para expresar una protesta debe primar sobre las consecuencias de la misma, y los que, por el contrario, colocan esa libertad en cuarentena hasta ver hasta dónde pueden llegar las consecuencias.
La segunda muestra de cómo los humanos afrontamos esa dicotomía se ha dado en relación a la decisión del director del Macba y la no aceptación de una de las obras de la exposición, La Bestia i el Sobirà, en la que se puede intuir al ex rey Juan Carlos en una actitud de sodomización explícita. Las protestas de aquellos que consideran que cualquier expresión artística, pintura, escultura, caricatura, debe prevalecer sobre otras consideraciones choca de pleno con la decisión tomada por el director del centro, que ,simplemente, pidió a los comisarios de la muestra, retiraran esa escultura en concreto. Ante la petición, la negativa de los responsables, toda la muestra se ha desmontado.
La polémica, pues, no tiene fin. Y cada vez que ocurra algo similar, vamos a seguir discutiendo sobre el tema.
