Haití o la imposibilidad de expresar

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No sabes su nombre. Nunca lo sabrás. Sus ojos, vacíos e inexpresivos, recorren despacio el panorama desolador. No entiende qué ha sucedido, y nadie sabe explicarle por qué. Sólo sabe que le duele el brazo, fruto de la herida abierta que tiene sobre el hombro. En el improvisado hospital, la multitud se agolpa en busca de ayuda; evidentemente muchos presentan lesiones de mayor gravedad, algunos agonizan, y los medicamentos se terminaron a las pocas horas. No le queda otra opción que esperar sentado cerca de la puerta, sujetando con fuerza un viejo trapo que apenas contiene la hemorragia.

Tan sólo unos pocos fotogramas atestiguan esta escena, casi desapercibida entre la confusión y el desconcierto. Es una de las miles de historias que nos llegan de un país desolado por la misma naturaleza.

Detrás de la cámara, alguien se esfuerza por sobreponerse al calor del trópico, al sueño, a la impotencia de filmar una herida que en unos días estará gangrenada, y quién sabe si provocará la muerte de aquel chaval al que sólo ha podido dedicar unos instantes, un segundo plano indefinido.

Los diez euros que lleva arrugados en el bolsillo del tejano no sirven de nada; en la farmacia de Barajas podría haber comprado algún antibiótico, pero ahora no sirven, igual que las imágenes –piensa- que recoge a través de su objetivo, tan insuficientes e inexpresivas ante el horror que se extiende hasta donde alcanza la vista; un horror que huele, que llora, que impreca sin saber qué será de ellos, y al que no le queda más remedio que implorar ayuda al mundo en la fragilidad de una fotografía.NULL

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