El retorno a la realidad

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Nada hay peor, en este mundo, que asistir impotente a la tragedia humana. A base de ver, una y otra vez la misma imagen en los medios audiovisuales, el de miles de personas muriendo, el de multitudes huyendo, o la de un niño de 3 años que dejó sus sueños en una orilla del Mar Egeo, podría parecer que nos hemos inmunizado. Mientras una parte de la sociedad tratábamos de cargar baterías en esas dos semanas (para algunos afortunados, hasta tres, incluso todo el mes, qué lujo) en muchos otros lugares del planeta personas de todo tipo de etnia, clase social, formación, buscaban sobrevivir, huyendo de ese estado de guerra permanente que se ha instalado en sus países.
 
Ante ese drama, todo lo demás parece empequeñecer. Ya se me entiende. Se hace trivial aquello que, en algún instante, parece prioritario. Por ejemplo, la batalla cotidiana en nuestra política, o nuestro entorno económico y social. Pero es cierto que en un ámbito nos da la sensación de que no tenemos manera humana de interceder, y, en el otro, una opinión puede acabar sirviendo, convenciendo.
 
Hemos regresado llenos de buenos propósitos para el nuevo curso. Poco más o menos como cuando entramos en el nuevo año, y es que parece que las vacaciones nos insuflan deseos de cambio en nuestros hábitos y actitudes a las que tachamos de “poco saludables”. Ultimamente, se impone la tendencia de asegurar que no existe el síndrome post vacacional, eso que algunos habían utilizado para justificar la pereza que le da a cualquiera volver a la rutina, a la cruda realidad.
 

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